jueves, 28 de mayo de 2009

Aquel al que nada humano le es ajeno.

Siguió el paso que el aleteo de sus manos le indicó. Compró lo que no se vende. Observó. Bebió lo que nadie bebe. Sintió. Amó lo que nadie ama. Rozó. Dijo lo que nadie dice. Escuchó. Besó lo que nadie besa. Deseó. Tocó lo que nadie toca. Soñó. Escuchó lo que nadie escucha. Entendió. Creó lo que nadie crea. Respetó. Padeció lo que nadie padece. Agradeció. Palpó lo que nadie palpa. Cambió. Rió de lo que nadie ríe. Gozó.
Observó lo que nadie observa y ahí encontró. Cantó lo que nadie canta en una dialogía de voces altas y bajas, dulces y ásperas. Gritó lo que nadie grita para que lo escucharan. Sembró lo que nadie siembra para que observaran. Pisó lo que nadie pisa para que confiaran.
Y a todos y a nadie observaba. Los otros ungidos en una misma mirada. Vibrantes lo ojos. El alma casi muerta, casi nada. Con el último nervio irguiéndose en la mano. Con el último asomo de vida descarriada. Sin precisar llanto y palabra. Se incorporó...
Compró al que nadie compra. Dio de beber al que nadie atiende. Amó al que nadie ama. Habló al que nadie habla. Besó al que nadie besa. Tocó al que nadie toca. Escuchó al que nadie escucha. Padeció junto al que todos ignoran. Palpó al que nadie palpa. Rió con el que nadie ríe. Observó al que nadie observa. Cantó al que nadie canta. Gritó al que nadie grita. Pisó con los que nadie pisa. Probó con el que nadie prueba. Sembró con el que nadie siembra.

Sintió el mundo amplio. Fue feliz

Daimary

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