miércoles, 30 de julio de 2008

La debacle de Rosario

Gustó de lugares oscuros, le temió al desorden y prefería no utilizar sus anteojos con tal de prescindir de ciertas realidades. Pese a esto en más de una ocasión le vi fruncir el ceño a esas horas en las que el sol amenaza con dejar a más de uno ciego. Los espejos más que un reflejo representaron para ella el enemigo encargado de hacerle notar los defectos que era necesario que ocultase bajo trazos y combinaciones que atrajeran las miradas de aquellos a los cuales ella consideraba intelectualmente aceptables. Aprendió a gozar de la lectura cuando notó el placer que le causaba encontrar ideas que creía propias en textos escritos por individuos ya muertos o a miles de kilómetros de distancia. Gustaba de guardar todo aquello que cupiera en una bolsita ziploc.

Cierto día un repiqueteo en los oídos y un olor a carne podrida le hicieron abrir la ventana. Desde entonces dejo de sentirse extranjera. Comenzó a olvidar a esa otra a la cual sentía invadir. Dejó de pedir permiso para hacerse lugar en aquella que hasta entonces creyó el alma de alguien más. Tomó posesión de cada una de sus partes y admitió cuanto arrebato le viniera al cuerpo. Los anteojos le acompañaron en todo momento, su desorden adquirió una sorprendente pero razonable y justificada armonía. Sin embargo, agotó sus mañanas vacilando sin decidirse cruzar el espejo de su habitación.
Hécate

1 comentario:

Patricia Ma. Barraza dijo...

otra extranjera idéntica... buen blog
saludos